Domingo Junio 26, 2011.
Recientemente conocí a una persona mayor que expresó su tristeza acerca del apego que muchos de sus amigos tenían por su dinero aún y cuando la muerte los acechaba. Concluyó: “Cuál es el caso? Uno nunca ha visto una caja fuerte sobre un feretro”.
Recientemente conocí a una persona mayor que expresó su tristeza acerca del apego que muchos de sus amigos tenían por su dinero aún y cuando la muerte los acechaba. Concluyó: “Cuál es el caso? Uno nunca ha visto una caja fuerte sobre un feretro”.
¿Qué nos gustaría heredar a nuestros hijos? ¿Una imagen embelezada de nosotros? ¿Posesiones materiales por las cuales van a pelear? ¿No sería mejor dejarles una fuente de inspiración, una vision global significativa que les pueda dar seguridad todos los días de su vida?
Riqueza, placeres, rangos y poder son todos buscados como una manera para lograr ser felices. Pero a medida que nos esforzamos se nos olvida la meta y pasamos nuestro tiempo persiguiendo los medios por sí solos. Al hacer esto, perdemos de vista el objetivo y permanecemos profundamente insatisfechos. Este intercambio de medios por fines es una de las trampas principales en el camino de la persecución de una vida significativa. Como lo dijo Richard Layard, profesor de la Escuela de Economía de Londres, “Algunas personas dicen que no deberías de pensar acerca de tu propia felicidad, ya que solo puedes ser feliz como consecuencia de algo más. Esa es una filosofía sombría, una fórmula que nos hace estar ocupados a cualquier costo”.
La riqueza, como cualquier otra herramienta, puede usarse para construir o destruir. Puede facilitar el bienestar y la generosidad o puede fomentar la avaricia, arrogancia e insatisfacción que son obstáculos para la felicidad auténtica. La riqueza puede ser un medio excepcional para hacer el bien y consecuentemente conducirnos a una vida plena. La riqueza también conlleva riesgos. Puede hacer miserable nuestra vida y nos puede llevar a lastimar a otros.
Obviamente para aquellos que no cuentan con los medios básicos de subsistencia, el doblar o triplicar sus recursos puede hacer una gran diferencia y conllevar una sensación real de satisfacción y alivio. Todos los estudios han demostrado que, más alla de eso, el aumento de fortuna no lleva a un correspondiente incremento de bienestar. Nadie rechazaría un aumento de sueldo y todo el mundo se regocijaría si ganara la lotería. Sin embargo, fuera de un euforia temporal que estos eventos provocan, no nos traen una mejoría duradera en nuestro estado de bienestar: después de cierto punto, simplemente no hay una relación entre la riqueza y la auténtica felicidad.
El dinero no puede comprar la felicidad a menos que se gaste en otros.
Sin embargo, otros estudios han demostrado que, cuando se gasta en otros el dinero puede, de hecho, comprar la felicidad. Hay un correlación innegable entre el altruismo y la felicidad. Emocionalmente es mejor dar que recibir y las personas que son más altruistas son las que aparentan ser las más felices. “Encontramos que la gente más feliz es aquella que gasta más dinero en otros”, dice Elisabeth Dunn, la principal autora del estudio* que midió que tan feliz se sentía la gente después de gastar en ellos mismos o después de dar dinero a causas sociales como sería comprar una comida a alguien o donar a una organización de caridad. Esto se ha comprobado tanto con filantropía a gran escala como en donaciones tan pequeñas de 5 dólares.
El trabajo realizado por Martin Seligman, uno de los pioneros de la “psicología positiva”, ha demostrado que el gozo producto de una acción de bondad desinteresada provee profunda satisfacción. Para verificar esta hipótesis, le pidió a un grupo de estudiantes que salieran a divertirse mientras que a otro grupo les pidió que participaran en una actividad filantrópica y luego escribieran un reporte para su próxima clase.
Los resultados fueron asombrosos: la satisfacción producida por las actividades placenteras tal como salir con amigos, ver una película o disfrutar un helado fueron en gran parte eclipsadas por aquellas derivadas de haber hecho un acto bondadoso. Cuando el acto fue espontáneo y sacó a relucir cualidades humanas, el día mejoró; los sujetos notaron que se volvieron mejor escuchas, amigables y apreciaban más los otros. “El ejercicio de bondad es gratificante en contraste al de placer”, concluyó Seligman. Es gratificante en el sentido de crear una sensación de satisfacción duradera y un sentimiento de armonía con la naturaleza interior. De esta manera, el altruismo no es un “sacificio” sino que trae consigo una doble satisfacción para uno y los demás.
■*E. W. Dunn, L.B. Aknin, M.I. Norton, “Gastar Dinero en los Demás, Promueve la Felicidad”, Science, Marzo 21, 2008.
Con todo el respeto que merece la situación hay que entender el artículo de Matthieu Ricard...
ResponderEliminar