The New York Times
23 de junio de 2011
Mi vida se ha vuelto definitivamente más ajetreada pero también he descubierto a lo largo de los años que intentar transformarse uno mismo para poder así transformar mejor al mundo, trae satisfacción duradera y sobre todo, el don irremplazable del altruísmo y de la compasión.
Imagina un barco que se hunde y que necesita de toda la potencia disponible para hacer funcionar las bombas para drenar las aguas crecientes. Los pasajeros de primera clase se niegan a cooperar porque tienen calor y quieren utilizar el aire acondicionado y otros aparatos eléctricos. Los pasajeros de segunda clase desperdician todo su tiempo tratando de ser ascendidos a primera clase. El barco se hunde y todos los pasajeros se ahogan. Hacia allá es a donde nos está llevando la actitud actual con respecto al cambio climático.
Ya sea que la gente se dé cuenta o no, sus acciones pueden tener efectos desastrosos, como los cambios ambientales en el Himalaya, el Círculo Polar Ártico y muchos otros lugares nos lo están demostrando. El consumismo desenfrenado de los más ricos de nuestro planeta (5% de la población) es el máximo contribuyente al cambio climático, que traerá como consecuencia el mayor sufrimiento al 25% más pobre, quienes enfrentarán las peores consecuencias. Según el Departamento de Energía de E.U.A., en promedio un afgano produce 0.02 toneladas de CO2 al año, un nepalés y un tanzano 0.1, un británico 10 toneladas, un estadounidense 19 toneladas y un qatarí 51 toneladas, lo cual es 2,500 veces más que un afgano.
El consumismo desenfrenado opera bajo la premisa que los demás son sólo instrumentos para ser utilizados y que el medio ambiente es una mercancía. Esta actitud fomenta la infelicidad, el egoísmo y el desprecio hacia otros seres vivos y al medio ambiente. La gente rara vez está motivada para cambiar en nombre de algo para su futuro y el de la próxima generación. Se imaginan: “Bueno, lidiaremos con eso cuando se nos presente.” Se resisten a la idea de renunciar a lo que les gusta sólo para evitar los desastrosos efectos a largo plazo. El futuro no duele, todavía.
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