14/8/12

El Ermitaño - Matthieu Ricard


Domingo 22 de Julio 2012.

La vocación del ermitaño es comúnmente mal entendida.  El ermitaño no se retrae del mundo porque se siente rechazado, porque no tiene nada mejor que hacer más que vagabundear por las montañas o porque no es capaz de asumir sus responsabilidades.  Decide irse, una decision que parecería extrema, porque se da cuenta que no puede controlar su mente y resolver el problema de la felicidad y el sufrimiento en medio del ámbito de las actividades interminables y distractoras de la vida ordinaria.  No está escapando del mundo sino distanciándose de él para ser capaz de ponerlo en perspectiva y entender mejor como funciona.  No huye tampoco de sus semejantes sino que necesita tiempo para cultivar el amor auténtico y la compasión que no se verán afectados por preocupaciones ordinarias como el placer y el desagrado, ganancia y pérdida, halago y crítica.  Como un músico que practica las escalas musicales o un atleta que ejercita su cuerpo, requiere de tiempo, concentración y constante práctica para ser capaz de dominar el caos de su mente y penetrar en el significado de la vida.  Puede entonces poner a trabajar su sabiduría en servicio de otros.  Su lema podría ser: ‘Transfórmate para poder así poder transformar de mejor manera al mundo.’

Las situaciones caóticas de la vida ordinaria pueden hacer muy difícil el progreso en la práctica y el desarrollo de la fortaleza interior.  Es mejor concentrarse solamente en el entrenamiento de la mente tanto como sea necesario.  El animal herido se esconde en el bosque para sanar sus heridas hasta que esté lo suficientemente bien como para rondar de nuevo tanto como lo desee.  Nuestras heridas son las del egoísmo, malicia, apego y otros venenos mentales.

El ermitaño no se ‘pudre en su celda’ como algunos se imaginan.  Aquellos que han experimentado como es esto realmente nos podrán decir que uno madura en su ermita.  Para alguien que permanence en la frescura de la atención consciente del momento presente, el tiempo no tiene el mismo peso de aquel que se pasa en distracciones sino en la ligereza de una vida plenamente saboreada.  Si el ermitaño pierde el interés en algunas preocupaciones ordinarias, no es porque su existencia se haya vuelto insípida sino porque reconoce, de entre todas las posibles actividades humanas, cuales son aquellas que contribuyen a su felicidad y a la de otros.

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